Raúl, el parrillero que sobrevivió 40 años oculto en un cuerpo y una identidad ajenos
Ago 1, 2022
Crónica sobre la historia de un varón trans que en plena dictadura usurpó una identidad para sobrevivir y ahora afronta las consecuencias legales.
Dicen los que saben que si las manos se acercan a unos centímetros del metal y la piel no soporta un segundo el ardor, es que el fuego está demasiado fuerte. Lo ideal son cuatro segundos. Entonces, la carne puede apoyarse por completo y chorrear su grasa en 170 grados de temperatura dejando la primera capa de costra.
Cuando Raúl se sentó en los tribunales para confesar, sabía que eso significaba admitir que era un criminal. Sin sangre en sus manos pero con la conciencia pesada hundiéndole los hombros, admitió que durante más de cuarenta años se hizo pasar por otra persona. Si no lo hubiese hecho, quién sabe si todavía estaría vivo. “Nunca tuve la intención de hacer daño, quería desesperadamente sobrevivir”, explicó cuando después de una investigación que comenzó hace diez años, con tareas de inteligencia y un allanamiento a su casa de El Calafate, finalmente lo descubrieron.
Nació el 21 de junio de 1953, el año de los bombardeos a Plaza de Mayo, de un parto natural en Albardon, un pueblo rural con veranos de histéricos de 40 grados, en la provincia de San Juan. De su madre solo sabe que un día se fue y que de eso no se habla.
Pasó su niñez entre animales y haciendo amistad con los hijos de los demás peones. Entonces no importaba que hubiese nacido mujer ni que su nombre fuese otro. Se desplazaba con la fluidez de las infancias, habilitada en una suerte de “marimacho” por su abuelo, que no la disciplinaba por la ropa, los juegos bruscos, las palabrotas. La noción de ser varón le crecía por dentro enervándole las tripas, moldeándole el cuerpo, la piel ya curtida por el sol, las privaciones, la ausencia.
Albardon es un pueblo mediterráneo de la provincia de San Juan.
“Cuando falleció mi abuelo, que era mi única familia, me fui a Buenos Aires con el sueño de progresar, pero no tenía posibilidades de conseguir trabajo, así que con algunos amigos que conocí en Retiro, empecé como changarín”, contó.
En ese tiempo no se podía soñar demasiado. La Argentina crepitaba debajo de una oscuridad asfixiante. Secuestros, torturas y la muerte ocultas por la complicidad mediática y empresarial. El genocidio de Estado revelado como proceso de reorganización nacional se erigía cipayo, pero también blanco, católico y heterosexual.
Raúl disimulaba su condición de nacido mujer debajo de ropas holgadas, de un rictus áspero y enérgico para los trabajos que requiriesen fuerza y desafiante de su sexo. Pero no tenía nombre, al menos no uno que pudiese probar.
En plena dictadura hacia changas descargando camiones. Su zona era preferentemente el Abasto, pero una tarde le ofrecieron ir a Constitución, donde tuvo una epifanía al tropezar con un objeto que lo consagró varón. Pisó el DNI tipo libreta color verde musgo que vio en el cordón de la vereda y con un hormigueo agitándole los pulmones, lo escondió rápido en el bolsillo del pantalón. Cuando llegó a la pensión esa noche, lo abrió sobre la mesa y leyó el nombre escrito debajo de los números punzados. Entonces, transmutó.
-¿Era parecido a la foto del documento?- le pregunté al fiscal del caso, Julio Zárate, pensando que tal vez había tenido que hacer algún cambio en su pelo o algo para asemejarse. Pero la respuesta fue que eso no importaba porque el documento tenía la foto muy borrosa. Nadie se ocupó de desconfiar.
Así era la libreta verde con números punzados y foto borrosa que le dio una falsa identidad a Raúl.
“En el campo se acostumbraba a hacer muchos asados y era algo que me salía muy bien, por eso encontré ahí no solo una pasión sino una salida laboral. Era lo que yo sabía hacer. Ninguna parrilla me iba a contratar sin libreta sanitaria y con un documento de mujer, que en esa época, menos que menos les daban esos trabajos”, dijo Raúl, que solo accedió a hablar con esta periodista a través de WhatsApp y por intermedio de su abogado.
Era realmente bueno con el fuego. Las brasas ardientes reflejándose en sus pupilas centradas en ojos marrones, las palmas acuosas en contacto con la carne, las achuras chirriantes. Su pasado abrazado en el ritual. Por eso pasó de ayudante a empleado y durante varios años vivió de la gastronomía.
La causa en su contra inició hace diez años cuando ya llevaba más de cuatro décadas usurpando otra identidad. Nunca votó, cualquier trámite le significaba un trastorno, sacar un turno, conocer gente. Excepto enamorarse. Eso se lo llevó puesto, se entregó completo y hasta adoptó una hija, a la que junto a su esposa, siempre le contaron la verdad.
Creyó que mudarse al sur lo iba a resetear. Y un poco sucedió. En la ciudad de los glaciares montó su propia parrilla y la cosa anduvo bien un tiempo, pero entonces se había caído Lehman Brothers y el gobierno de Cristina Fernández sufría una de las corridas más violentas de los que no tiene Patria. Raúl tuvo problemas con el pago de aportes y contribuciones del personal, generando una deuda fiscal, aunque las intimaciones no le llegaban a él, sino al dueño del documento, que en 2012 fue embargado por AFIP.
Así fue como saltó el engaño, porque el titular de la libreta verde con números punzados y foto borrosa dijo que jamás tuvo un negocio, ni en Santa Cruz ni en ningún lado, y denunció la usurpación de su identidad en los tribunales federales de San Martin, en Buenos Aires.
Por siete años lo buscaron como criminal, hasta que en el 2015 lograron identificarlo mediante tareas de inteligencia, girando el caso al Juzgado Federal de Río Gallegos. En el allanamiento apareció el cuerpo del delito, mezclado entre otros papeles adentro de la guantera del auto. Raúl no negó nada y en la indagatoria se enterró hasta el caracú.
En 2012, cuando comienzan a investigarlo, Argentina sancionaba la Ley de Identidad de Género (26.743), que reconocía el derecho de las personas a ser inscriptas en su DNI acorde con su identidad de género. Pero para él, hacer el cambio registral significaba desenterrar a la mujer que dicen nació con su estrella, y ya había pasado demasiado tiempo siendo otro. Por eso no fue hasta 2014 que juntó coraje y tuvo por primera vez en sesenta años, un nombre y un número propios, únicos, suyos hasta que le llegue la muerte.
“Ese día me sentí libre por primera vez. Por fin un documento me representaba y reconocía mi verdadera existencia”, dice el hombre que ahora afronta cargos severos pero que está dispuesto a pagar las consecuencias y sobre todo, a pedir perdón.
Por eso el fiscal Zarate pidió al juez federal Claudio Vázquez que acepte un acuerdo que extinga la acción penal si ingresa de forma íntegra al fisco toda la deuda generada con el emprendimiento comercial que tuvo, “además de abonar un monto de dinero en concepto de reparación personal del daño causado al hombre dueño del DNI que utilizó y pedirle disculpas públicas”, sumando tareas comunitarias en algún comedor.
Para estudiar su historia hizo falta un enfoque de género e interseccionalidad, que aportó la Unidad Fiscal Especializada de Violencia contra las Mujeres (UFEM), a cargo de Mariela Labozzetta. Junto a ella, el fiscal concluyó que “no existen dudas de que el hombre padeció toda su vida un contexto de profunda discriminación y exclusión social basada en su identidad de género, que lo sumergió en un cuadro de vulnerabilidad que afectó su autodeterminación para el desarrollo de sus conductas conforme a derecho”.
El pedido de un acuerdo presentado por Zárate sostiene que Raúl hizo lo que hizo porque “tuvo nulas posibilidades” de trabajo como persona trans. “¿Qué opciones laborales reales tenía una persona trans en la dictadura en nuestro país? ¿Qué opciones laborales reales tienen las personas trans actualmente?”.
Procesado por uso de documento adulterado en concurso ideal con el delito de defraudación, el parrillero Raúl espera que el juez acepte el acuerdo que propuso para reparar el daño provocado porque decidió sobrevivir a la intemperie a la que lo quisieron condenar por migrante, por pobre, por trans, por haberse revelado a la horma y la norma.
“Espero que nadie, nunca más tenga que pasar por lo que yo pasé, tapando su verdadera identidad para poder subsistir. Que el reconocimiento de la diversidad a nivel social y legal les permita vivir libres así como me sentí yo el día que sostuve por primera vez mi documento”, dice casi como en un epitafio del texto que intercambiamos.
En El Calafate, a 2840 kilómetros del lugar donde nació, a más de cuatro décadas de haberse metido el documento verde con números punzados y foto borrosa en el bolsillo, Raúl y su familia esperan una decisión que le permita enmendar lo que hizo. Al menos una parte, la otra batalla llegará cuando también deba explicar cómo adoptó a su hija. Y es que todavía en los Tribunales bonaerenses hay un expediente con su nombre viejo y adulterado, en que el que lo acusan del delito de sustracción de menor por haber inscrito a su hija con un nombre falso.
«A mí no me importa lo que tengas de la cintura para abajo, vos sos mi papá», cuenta Matías Gutiérrez, su abogado, que contestó la hija cuando tuvieron la primera audiencia para ver cómo salían de este lio.
Por ahí a Raúl lo repara el amor.
El caso de un varón trans sin acceso a derechos en plena dictadura cívico militar se inscribe en la lucha por en Memoria, Verdad y Justicia del colectivo LGBTIQ+, invisibilizado como víctimas del aparato represivo que arrancó más de 30 mil almas argentinas.
Es también producto de la marginalidad estructural que lo empujó a c cortarse las raíces y buscar trabajo en la ciudad más rica, a ser un camaleón para vivir bajo su condición de varón, golpeado por crisis cíclicas como cualquiera que emprende y pierde, pero sobre todo es ejemplo de una lucha por la identidad. A Raúl ya no lo niega más nadie.
NOTA Y FOTOS GENTILEZA: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL